RIO DE LA PAZ ¡DEJAME PASAR!

RIO DE LA PAZ ¡DEJAME PASAR!
Texto y fotos de Clovis Diaz de Oropeza F)
—“¡Mula, caballo, vaca!… ¡José, Pedro, Alicia!” —gritaban a todo pulmón dos hombres que vadeaban las turbulentas y encrespadas aguas del soberbio Río de La Paz, en el trayecto de Jucumarini a La Plazuela, puntos geográficos pertenecientes a la jurisdicción de la Provincia Sud Yungas, del departamento de La Paz.
Las mulas escuchaban la voz de sus dueños, pese al fuerte ruido de las piedras que chocaban entre sí empujadas por la veloz y compacta masa de agua que, a ratos, llegaba al cuello de las acémilas.
Con los ojos desorbitados, las mulas nadaban o daban violentas zancadas, para acortar la distancia líquida que las separaba de la orilla opuesta .Los viajeros continuaban sus inexplicables gritos.
¿Por qué gritaban aquellos arrieros, si sólo eran dos como dos eran sus bestias de carga? Sencillamente, explicaron que: –“el río es ciego, no ve lo que pasa en su superficie pero, en cambio tiene oídos y se asusta con los gritos. Engañando al río como si fuéramos mucha gente y muchos animales, por temor, nos deja pasar”
Curiosa pero verídica costumbre, reiterada a lo largo y ancho de todos los ríos paceños que dan vida al área sud yungueña.
MANO Y CARONA
Antes que salga el sol, los viajeros tienen el esmero de limpiar con la mano, el lomo y la espalda de los animales de carga: “la mano, es la primera carona” dicen con la experiencia de que, la verdadera carona, construida de gruesa tela, a veces mezclada con cuero curtido, va colocada precisamente en el espacio recorrido por la mano del arriero, con la absoluta seguridad de que, la espalda de caballos, mulas y asnos, está limpia, sin ningún objeto ni espina que lastime tan delicada superficie anatómica.
MURCIÉLAGOS
De lo contrario, sangra la espalda del animal; sangre que aún seca, atrae por la noche y también durante los atardeceres, a los pequeños y medianos murciélagos que se agolpan en la herida; la chupan incansablemente, hasta dejar muchas veces, muerto al cuadrúpedo.
Otros animales, “picados” por los murciélagos, en su desesperación tratan de huir sin rumbo y en oportunidades, arrastran sus remos por las sendas que limitan con el Rio y su olor, más veloz que su tambaleante trote, llega primero al olfato de los humanos: –seguro que ahí viene una mula picada por los murciélagos— dicen los conocedores.
Los murciélagos, han hecho de las cuevas y huecos existentes en las orillas del Río de La Paz, su hábitat natural y, apenas se pone el sol, salen por miles en busca de sus víctimas. En este cometido de vida o muerte, no se salvan aves, perros, gatos, ni cerdos.
Hubo ocasión en que, un diminuto murciélago se disponía a perforar la barriga de un enorme cerdo. Primero, batió sus membranosas alas con tal entusiasmo y rapidez, que el aire producido por el aleteo, hacía las veces de anestesia local.
Mientras el cerdo dormía a pierna suelta, el murciélago intentó el segundo y mortal paso: succionar la sangre de la barriga hasta que se hartaba. Con el vientre abultado y con peso excesivo para sus alas, el animalito apenas remontó vuelo, un tanto mareado, hasta colgarse de una rama oculta de los árboles y finalmente, emprender la última parte del proceso: retornar a su madriguera ubicada en las laderas del Rio de La Paz.
BASTONES
Volvamos a nuestros dos viajeros. Al pasar exitosamente el primer vado, los caminantes que se ayudaban con una especie de bastón para cruzar el Río, dejaban este adminículo fabricado diestramente con cualquier rama, en la orilla opuesta que es límite entre ese vado y el que viene después.
Cuando llegan a la orilla del segundo paso o vado, encuentran con absoluta seguridad, otros bastones dejados por anteriores vadeadores. Es la Ley de los vadeadores que de ida o de retorno, dejan su bastón en una orilla, sabedores que en la otra encontrarán similares objetos dejados por los caminantes que antecedieron la trillada senda.
COCES
No se crea que los conocedores del Rio, únicamente se ocupan de buscar vados de aguas poco profundas y cuya extensión de cruce sea lo más corta posible. También deben estar vigilantes de las reacciones de sus mulas.
La mula, con excepciones, es un animal nervioso, asustadizo y reacciona cuando uno menos lo espera. Nuestros dos arrieros, que ya llegaban al segundo vado en dirección a La Plazuela, cantaban la siguiente “canción”: —“Cuidado que te pase, lo que le ha pasado a Don Emiliano… ¿Qué le ha pasado? ¡Que casó con mujer “esperando”! Y sueltan la risa al contar que, efectivamente Don Emiliano existió y que por muy confiado, al herrar a su mula sin cubrirle la cabeza con “un manteo” ésta le lanzó una terrible coz cerca de la boca, dejándole pocos dientes.

TORO CERRERO
Hablando de coces, hay que conocer las aptitudes naturales de los animales que complementan, sin ironía alguna, la vida de los vadeadores. Así por ejemplo, la mula apunta donde quiere y da la patada en el blanco exacto, con los dolorosos resultados para el dueño o para el curioso.
No ocurre así con vacas y toros. Cuando utilizan las patas traseras y patean con ellas, las abren y la persona que está detrás de estos rumiantes, ni se entera de la poderosa patada. Venga a reforzarnos una experiencia personal, acaecida precisamente en el recorrido de un punto conocido como Jucumarini y el destino final, el corral vacuno de un famoso pueblo que en su tiempo, se declaró “monarquista”, como testimonia el Diario del Comandante José Santos Vargas, escrito en el Siglo Diecinueve.
El caso es que, un amigo, conocido en el área que comentamos, por su pericia y agilidad, decidió en plena caminata por el Río de La Paz, capturar un “toro cerrero”.
Cerrero porque, siendo un animal tranquilo del hato vacuno, se internó tal vez por accidente o por huir de sus dueños, hacia el monte, hacia los cerros. Allí en un territorio inhóspito para los humanos, se encontraba con vacas y toros ya expertos en huir del hombre y también en atacarlo furiosamente, digamos, para impedir que sea devuelto al lugar del que huyó.
Muy de madrugada, con un lazo trenzado, hecho de interminables y delgadas tiras de cuero, el joven baqueano hizo en un cerrar y abrir de ojos, un ocho con la cuerda; dijo que se llamaba “nudo Tucumán”. Acto seguido, buscó en el monte bajo, unos corredores abiertos en la maleza por el paso del voluminoso “cerrero”, muy parecidos a un túnel.
A la salida de uno de los túneles vegetales, abiertos con la fuerza de los cuadrúpedos salvajes, el ocho o nudo Tucumán hacía de trampa para vaca o toro que remontara la espesura por aquellos largos conductos, en busca de agua. La espera fue larga pero, fructífera.
Al fin, un toro negro, alto, con sus dos cuernos que dibujaban una gigantesca tenaza en soberbias puntas, acosado por los gritos, bajó la cabeza listo para embestir. Empero, el nudo Tucumán se enredó en sus cuernos como las abundantes víboras cascabel del lugar, formando un ocho preciso y matemático. Mientras más forcejeaba el animal por deshacerse del lazo, más aprisionaba el nudo Tucumán.
Velozmente, el diestro amigo tiró del lazo trenzado, con el extremo que había amarrado a una piedra del Río y ¡zaz! la cuerda se enroscó en una de las gruesas ramas de un enorme árbol, que la Naturaleza hizo crecer justo ahí, en el lugar de los hechos.
A manera de roldana, el lazo arrastró al pesado animal, hasta suspenderlo de la cabeza, con los remos delanteros en el aire y apoyado apenas, en sus patas traseras. Así quedó, levantado en vilo, el bravo toro, hasta el día siguiente.

RIO ARRIBA
Con el toro cerrero, cansado por la noche que pasó, soportando el peso de su cuerpo en sus patas traseras, empezó el trayecto, río arriba, arriando al temible animal. A partir de la secuencia que relato, necesariamente tengo que escribir como parte de aquella inusual experiencia pues, me convertí en eventual ayudante de la faena.
Mi compañero de viaje, conocedor de todos los secretos del Río de La Paz y sus empinadas laderas –con restos precolombinos de habitaciones y atalayas destinadas a escudriñar, hace cientos de años, quiénes venían o pasaban el Río– dio el paso e inició el cruce del vado.
El toro, estaba en la orilla, indeciso mientras que mi socio llevaba el lazo del nudo Tucumán. Cerca de la orilla contraria, me hizo la señal convenida que era, “simplemente” según él dijo: doblar la cola del toro para que éste saltara al torrente oscuro y espumoso.
De inmediato, torcí la cola del toro y el pobre animal saltó al vado. Mi maestro, volvió a jalar el lazo en dirección a la orilla que estaba a unos metros de distancia.
Entonces, me tocó equilibrar el ímpetu del soberbio animal, con un segundo lazo también atado a sus cuernos pero que iba a la parte trasera del toro, que en aquella aventura, por suerte, fue mi barricada de retaguardia.
Caminamos lentamente, al paso del cansado toro, hasta llegar, después de más de un día de caminata, por el Río de La Paz y sus quebradas de bosque natural, al destino previamente designado: el corral de ganado..
Concluye así esta crónica, que rememora a los valientes y arriesgados vadeadores del Río de la Paz; vivida y no contada por ajenos.

Sin lugar a dudas, en este fin de año 2014, aún caminan los vadeadores del peligroso y potente curso de agua, sobreviviendo a la exigente Naturaleza, mientras en las ciudades, una gran mayoría de personas ignora poco a poco la realidad de su entorno, hipnotizada por la micro pantalla de un celular. Río de La Paz ¡Déjame Pasar! Porque tus aguas, tus playas y tus bosques, son vida. (clovisdiazf@gmail.com).