Por Clovis Díaz de Oropeza F.
Si revisáramos las hemerotecas de la prensa escrita, desde principios del Siglo Veinte hasta nuestra actualidad, conoceríamos asesinatos, torturas, encarcelamiento y venganza contra decenas de periodistas.
Un oficio que genera casi siempre, el encono, la enemistad y el odio de personajes protegidos en muchos casos, por el poder político y económico.
El periodista, debe cumplir cada día, con sus órdenes de trabajo, emitidas por la Dirección y las jefaturas de la Mesa de Redacción, tareas que recibe muy de mañana con plazo y hora de entrega, de acuerdo a los lineamientos del periódico.
No es fácil el oficio porque el periodista trabaja contra el tiempo y pase lo que pase, el material que consigue, debe llegar a la Redacción, ésta sopesa la importancia, la actualidad y cuál será el espacio que ocupará en la edición a publicar diariamente.
Pero no habría periodistas sin la activa participación de la empresa que hace posible su publicación. El periodista está ligado estrechamente a la empresa editora y la empresa editora al periodista, binomio indisoluble en la gigante y peligrosa tarea de editar y difundir el trabajo de prensa.
Tomemos como ejemplo en esta nota, a la empresa editora EL DIARIO, cuyas ediciones se cuentan por miles en más de once décadas de diaria circulación. Su riqueza histórica nos anoticiaría de periodistas, intelectuales, caricaturistas y fotógrafos que trabajaron y pasaron por la Mesa de Redacción, durante 118 años de vida diaria.
Y ni hablar del peligro que amenazó y tal vez sigue amenazando, a EL DIARIO, a sus propietarios, a sus periodistas y fotógrafos que, llueve o truene, haya o no cambio de gobierno están atados a la máquina del tiempo para continuar publicando este más que centenario matutino, parte inseparable de la Historia de Bolivia.